miércoles, 1 de julio de 2009

No sabe igual

No sabe igual el tabaco de noche que de día, en la calle que bajo techo. Ahora, de día y a cubierto, reposa el cigarrillo encendido en una de las cuatro muescas de un cenicero de cristal que no siempre tengo al alcance. Veo como se consume y, sinceramente, siento que voy acabándome con él. Lo miro también cuando está entre los dedos, pariendo humo y sombra, y me pregunto dónde estará el misterio, ese irresoluble enigma que llama a mi puerta pacientemente cada día a sabiendas de que tarde o temprano será atendido. Se me ocurre, ante la enorme dificultad de seguir escribiendo, empezar a transcribir esas líneas de Tokio Blues que han quedado señaladas durante la lectura. Lo tengo aquí, boca abajo, junto a ese cenicero en el que ya reposan los restos míos y los del cigarrillo, y aún por terminar. No sé por qué el vapuleo de ciertos personajes literarios viene a conmover un alma ya de sobra conmovida por la nada literaria vida de uno mismo. Ecos, diría el terapeuta. Difucultades para amar, para ser, que viene a significar lo mismo, diría yo tras su a veces añorada intervención. No sé cuándo poner fin a este empeño, frustrado desde el origen, de dejar cosas escritas pero por lo visto, y a pesar de todas las irregularidades, va a ser más apropiado preguntarse cuándo él va a ir poniéndome fin a mí. Mientras tanto la vida no es que se me pase, es que me paso yo por ella enredando con un deseo que, aunque aparentemente deshecho y agrietado, no deja de mantenerse en pie, de alardear de vida bajo una apariencia moribunda.

"Con el paso del tiempo, conforme iba alejándome de aquel pequeño mundo, dudaba sobre si los sucesos de aquella noche habían sido reales. Si pensaba que habían ocurrido de verdad, me parecía que habían ocurrido de verdad; pero si pensaba que eran una fantasía, entonces me parecía que habían sido una fantasía. Para ser una ilusión, los detalles eran demasiado precisos; para ser reales, éstos eran demasiado hermosos."